martes, 15 de julio de 2014

La imposibilidad de documentar el tesoro encontrado por Patricio Valencia. 1840-1843.

   En Salamanca hemos oído una y otra vez la misma historia relacionada con Emeteria Valencia, pero poco hemos investigado más a profundidad lo que ella y, más que ella, sus antepasados hicieron, específicamente su padre, Patricio y su tía, Tecla. Hay quien se ha atrevido a decir que eran españoles, incluso han afirmado su origen castellano, cosa que es de dudar. Así que, entrando en materia, y para no caer en lo mismo, ocupo este espacio, como punto de partida a la investigación sobre estos personajes y el cuestionado origen de su fortuna. Origen del cual hay tres versiones, una el hallazgo de un tesoro enterrado en una hacienda de por el rumbo de Santa Cruz, actual Juventino Rosas (1); el otro, hallazgo también, pero en las barrancas de Metlac, cercanas a Fortín de las Flores, Veracruz (2). El tercero, un dinero otorgado por algunos miembros de la iglesia, que es la versión de Lupita Aguinaco.


  La primera vez que leí sobre ese hallazgo, el de Metlac, fue en una vieja Monografía, mecanografiada, que en 2009 encontré en la biblioteca municipal de Comonfort, Guanajuato. El deterioro de las hojas incluía la pérdida de las primeras páginas en donde, seguramente, aparecería el nombre del autor y de la propia Monografía, la referencia de Metlac la volví a leer en Las raíces del tiempo, monografía de Celaya escrita por Hermino Martínez; comenta el autor de la otra versión que existe, la del tesoro en los rumbos de Santa Cruz de Juventino Rosas, pero él lo manifiesta como que lo encontrado en Metlac se interpretó como un hallazgo local al usar esa ruta cuando regresaba con su carga de tabaco desde Veracruz y escondido en un punto de Santa Cruz. Es un poco complicada la versión pues, más bien creo que el camino que un arriero tomaría es el que le acorte la distancia y no el que se la prolongue.

   Hoy, yéndome a referencias locales, encuentro que en las publicaciones que se hicieron a nivel municipal contenidas en la revista Gaceta, hace ya un cuarto de siglo, apareció un artículo escrito por Francisco Garcilita D. sobre el tema de la fortuna de los Valencia. Debido a la importancia que tiene el relato para todos los que gustan de las historias, leyendas y anécdotas regionales, me permito transcribirlo en su totalidad:

El Incierto Origen de la Fortuna de los Valencia.


   A 20 kilómetros de la ciudad de Celaya, se encuentra un agradable poblado, que usualmente pasa desapercibido para el viajero que se dirige a San Miguel de Allende, excepto por un letrero en el que se lee que ahí se fabrican unos famosos casimires, me refiero a Soria; a donde tuve el gusto de llegar gracias a la realización de un documental durante la Semana Santa de 1986 (la representación de la pasión y muerte de Jesucristo es única en el estado por su fervor y el número de recursos que se aprovechan). Fue entonces que llegó a mis manos un curioso documento en que se menciona el origen de este lugar y en el que surge una misteriosa fortuna de la familia Valencia; la cual ya había sido motivo de interés para este órgano (ver "Realidad y misterio en torno a la fortuna de la familia de la familia Valencia" de Lupita Aguinaco, en Gaceta No. 2).


   Buscando alimentar la leyenda surgida sobre dicho patrimonio el cual tuvo trascendencia para varios lugares del estado, por el impulso que dio a la industria y por su manejo para obras de beneficencia, me permito transcribir este relato que en 1955 plasmó el señor José Zavala Paz, de quien no tengo mayores datos, de su libro Soria (1956), tomamos lo siguiente:

    "El Citlalpetl es un poético centinela que la patria mexicana ha colocado como atalaya  gracioso a la altura de 5,747 metros para que de la bienvenida a cuantos visitantes lleguen a través de las azules ondas del Atlántico.


   "En la primavera de 1864 el Emprador Maximiliano de Abasburgo y la emperatriz Carlota veían embelesados la clásica figura cónica del Citlalpétl que bajo los azules cielos veracruzanos se perfilaba plena de ensoñación y de romance como una promesa de felicidad. Mas por aquellas fechas la palabra autóctona había sido sustituida por la de Pico de Orizaba, nombre con que hoy día se designa el volcán más bello y de mayor elevación en nuestro país. Sus últimas erupciones fueron en 1687 y desde entonces permanece tranquilo como un gladiador de otras edades que descansa de sus pasadas luchas recostado entre bosques de coníferas y selvas tropicales, ceñida la frente por el blanco turbante de sus nieves eternas y embriagado por el perfume exquisito de los azahares y las gardenias... Nadie que lo haya contemplado alguna vez puede olvidarlo, su figura majestuosa posee un imán irresistible y los mismos valles que lo circundan están alelados en perenne contemplación.


   Hay a las plantas de este cerro gigantesco una barranca muy honda conocida con el nombre de Metlac, cruzada hoy por el ferrocarril mexicano y bordeada desde hace siglos por un sinnúmero de atajos para mulos y burros, así como por la caravana inmensa de carruajes de todas clases que traían y llevaban distinguidos personajes, y fardos del puerto de Veracruz a la capital de la República y de ésta al puerto jarocho.

  "Arre mula"... "Chó burro"... y gritos semejantes escucháronse por siglos entre aquellas graciosas serranías. Y al paso cadencioso de las acémilas oíanse los monótonos cantares de aurigas y arrieros: las palabrotas e interjecciones de entre ambos rompían el silencio sacrosanto de las selvas y perdíanse confusamente en la lejanía.


   "¡Cuántas cosas ha visto pasar la barranca de Metlac! Por ahí penetró la civilización a la Nueva España; por ahí desfilaron en estrujada fila frailes y capitanes, soldados y obispos, conquistadores y virreyes, nobles y emperadores; bultos de finas telas, vinos traídos de Europa; libros y ornamentos de monjes y sacerdotes; ajuares de iglesia; joyas y dijes preciosísimos; atavíos y boato de la corte virreinal; elegancias de damas y caballeros de la lejanas provincias de Vizcaya, Nueva Galicia, Valladolid y Guanajuato. Mas si todas las novedades de ultramar eran llevadas de Veracruz a México, de toda la Nueva España iban fabulosas riquezas a Veracruz y pasaban necesariamente por la barranca de Metlac. El oro rubio arrancada a las entrañas de la tierra mexicana en el Real de Taxco; la blanca plata de Marfil, Mellado, Valenciana y Zacatecas; el fierro de Durango. las mercancías traídas del lejano oriente, de China y de Japón atracaban en Acapulco y de este puerto eran llevadas a lomo de macho a la rica Villa de Veracruz. Todo esto durante la vida colonial y ya independiente México; por ahí desfilaron políticos de todos los credos y de todas las ideologías. Generales descontentos, rebeldes intrigantes, presidentes caídos; mas todos ellos en su precipitada fuga, tenían buen cuidado de enviar por delante los carruajes y las maletas rebosantes de dineros. Un verdadero río de oro y plata corrió a la vera del Pico de Orizaba y en torno de él tejiéronse muchas consejas y leyendas.


   "Entre ese maremagnum de cosas desfilaron también en grande escala los cargamentos de tabaco. Cultivose esta planta por toda esta feracísima región desde a raíz de la conquista y fue por aquel entonces y lo sigue siendo todavía, una fuente de inagotables riquezas. Amontonábase el tabaco en ingentes pacas y vendíanse éstas después a muy buen precio. Gran cantidad de tabaco fue incendiado por el Generalísimo Morelos y con ello ocasionó una pérdida de quince millones de pesos al gobierno virreinal.

   "Hasta la lejana Orizaba y a lomo de mula iba D. Patricio Valencia, rico y distinguido señor de Salamanca, a comprar tabaco para que con él los varones y las viejecitas hiciesen sus cigarrillos de hoja (era muy al visto el que las doncellas fumasen). Partía de Salamanca D. Patricio y estaba muy cerca de dos meses en el viaje de ida y vuelta.


   Mientras sabrosamente almorzaba un día en un mesón más allá de Orizaba, sus mozos cargaban todo el atajo con enormes fardos de tabaco. Nublada estaba la mañana y muy en breve el chipi-chipi veracruzano empezó a caer en forma persistente y tenaz. El agua de la llovizna hizo muy resbaladizos los angostos caminos y cuando las mulas pasaban por la barranca de Metlac, aconteció que una de ellas, perdió pisada, resbaló entre el lodo y cayó al precipicio.


   El estruendo que al llegar al fondo del barranco produjeron el animal con su voluminso flete y las piedras y paredones que arrastró consigo llegaron a los oídos de D. Patricio como un eco lejano.


   "Quedóse pensativo por un instante el señor Valencia y no acrecentando qué hacer prosiguió su camino. Reflexionando más tarde creyó que bien sería bajar hasta el fondo del precipicio y recoger la carga del tabaco ya que la pérdida de la mula era irreparable.


   D. Patricio Valencia sabía unir la ejecución a la resolución y, en cuanto lo permitía la fragosidad de la pendiente, empezó a descender con celeridad. Más en breve se detuvo al escuchar los gritos de un viejecito, el cual, al mismo tiempo que daba voces, hacía señas desesperadas para que D. Patricio no siguiera adelante. Con el apremio y sobresalto de quien advierte un peligro inminente, el anciano trataba de explicar la imposiblidad de bajar al barranco. Todos aquellos lugares y contornos estaban embrujados...

    "Los ladrones asaltaban los convoyes en el paso más estrecho del desfiladero. Tantos atracos y crímenes habían dado al demonio la posesión completa y absoluta del hondo precipicio. El anciano daba esta noticia en forma suavísima que rimaba muy bien con sus blancas canas y con su barba de plata, y apagando más la voz, ya casi en secreto, como deseando dar al conjunto una nota solemne de misterio añadió: "No baje, por favor porque usted mismo quedará encantado"... El perfumado viento de la sierra arrebató aquella advertencia tan siniestra y la depositó entre los pétalos de las gardenias porque el Sr. Valencia, desentendiéndose de ella, siguió descolgándose poco a poco hasta que llegó al fondo del abismo.

  "¡Dios Santo lo que allá le esperaba! ¡De verdad aquel lugar estaba embrujado! ¡Virgen Santísima!, decía D. Patricio santiguándose devotamente. ¡Señor del Hospital, socórreme!


   Porque no había duda o sus ojos mentían o todo lo que le rodeaba estaba colocado bajo el hechizo de Satán.


   Palpaba ya con sus manos el encantamiento ¡cuánto oro! ¡cuántas cajas de frágil porcelana, plata, piedras preciosa, finísimas ropas, tapices, telas de tisú y escarlata; todo ello amalgamado con esqueletos desnudos, podredumbres malolientes y osamentas llenas de barro y de moho.


   A la impresión siguióse la diáfana luz de la inteligencia, con la cual lentamente fueron disipándose los temores hasta que llegó por fin la claridad. De la misma manera que en ciertas mañanas otoñales los rayos del sol interrumpen por entre las confusas brumas, así el entendimiento de D. Patricio abrióse paso por entre las consejas populares y sus propios temores. A la verdad todo aquello era muy fácil de explicar: los mulos al caer con sus preciosas cargas se habían ido hacinando ahí abajo, y como hacía siglos que nadie se atrevía a descender, las riquezas se habían acumulado y mezclado con los esqueletos y osamentas de las acémilas. Habíanse sumado las cargas de las recuas con los convoyes de las diligencias desde los días del virreinato y todo el conjunto constituía un espectáculo que ya nada tenía de espantable y aterrador, sino muy al contrario, era cordial y risueño. Se palpaba el paso de los siglos; los años y las tragedias habían impreso ahí su huella. Más por encima de todas las cosas, la diosa fortuna sonreía y daba posesión de tesoros fabulosos... Siempre las riquezas llevan dentro de sí un secreto gozo. "Aurum habet vim laetificandi", asegura Santo Tomás de Aquino: "El oro posee una fuerza misteriosa que produce alegría".


   D. Patricio Valencia hizo a un lado las tontas consejas de los encantamientos; cargó todas sus mulas con el oro y plata acumulados durante siglos en aquella célebre barranca, y disimuló los bultos con hojas secas de tabaco. Al atardecer de aquel día las acémilas caminaban fatigosamente por la empinada cuesta de Acultzingo...


   En la suave penumbra del agonizante crepúsculo veíanse, allá a lo lejos las luces de los pueblecitllos que iban quedándose acurrucaditos en las sombras". (3)

   Todo pueblo siempre mantendrá relatos y leyendas, que al paso del tiempo se dan por verídicas pero, regularmente, estos relatos "campiranos" se sustentan en lo dicho por lo dicho que se dijo en alguna ocasión y van deformando la realidad. De que hay un misterio en el origen de la fortuna de la familia Valencia, lo hay, de que logremos descubrir la verdad, esa es cosa imposible pues documentos que lo avalen no existen, anotemos esto como un mero relato, uno más al anecdotario de la región.

   Y me queda la duda, ¿no será que esta leyenda se originó en el tiempo en que las novelas históricas estaban de moda en nuestro país? Hay una llamada El Marques de Metlac, escrita por Arturo Fenochio, publicada justo el año en que se festejó el Centenario de la Consumación de la Independencia, y buena parte de ella se recrea por los rumbos de Metlac. Si te interesa leerla, existe la edición digitalizada, aquí está.

Fuentes:

1.- Carreño de Maldonado, Abigail. Imagen de Celaya. Impresos Gráficos del Río. Celaya, 2004. pp.159-160.

2.- Marrtínes, Herminio. Las raíces del viento. Colección de Monografías Municipales.  Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia. Guanajuato, 2010. pp. 73-82

3.- Gaceta de la crónica e historia de Salamanca, Guanajuato. Juan Diego Razo Oliva, coordinador. Artículo publicado en el número 9, correspondiente a Febrero-Mayo de 1988. Reseñas. El incierto origen de la fortuna de los Valencia. Francisco Garcilita D. pp.28-29

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