viernes, 4 de marzo de 2011

Los Cristos en pasta de caña de maíz, la perfección del arte con el arte de la perfección.

El día de hoy este espacio de El Señor del Hospital cumple dos años de haber iniciado. El motivo para el cual fue creado ha sido logrado: difundir la imagen, historia y veneración del Cristo Negro que se conserva en Salamanca. En esta nueva etapa seguiremos complementando la información ahora no solo enfocada a Salamanca y su Cristo del Señor del Hospital sino incursionaremos en un tema que seguramente a ti que lees y ves este espacio te agrada: el arte religioso y la Hagiografía. Para concluir esta etapa, tengo la suerte de encontrar y compartir contigo un capítulo del libro del maestro Estrada Jasso sobre las imágenes hechas en pasta de caña de maíz.

Templo de Santa María en Villa González, Zacatecas. Antigua Hacienda de Carro.

“… las fechas más o menos exactas de los Cristos que voy a citar a continuación, obligan en efecto a situarlo en una época realmente muy temprana. El crucifijo que aparece fechado es el del noviciado de Santo Domingo de la ciudad de México donado a fray Domingo de Betanzos en 1538; por si este dato fuera poco, citaré al de Chalma, colocado en las cuevas por Nicolás de Perea y Sebastián de Tolentino en 1530 según Sardo, o 1543 según otros. Alonso de Villaseca donó el de Ixmilquilpan-Santa Teresa por 1540. Antonio de Roa adquirió el de Totoloapan, Morelos, en 1541.

Estas fechas siguen la presencia en México de un buen escultor ya en 1538, y este no puede ser más que Matías de la Cerda, con lo que queda confirmado el dicho de Mota Padilla, que sigue a Ornelas (ambos historiadores del arte virreinal).

Cúpula del templo en la Ex Hacienda de Carro, Zacatecas. Recién nombrada (1/8/2010) como Patrimonio de la Humanidad.

Como el primer escultor que aparece claramente distinguido de los canteros es Juan de Arrué, llegado de Europa en 1549, y Matías de la Cerda tenía ya para esa fecha 11 años de radicar en estas tierras, es evidente que este es el primer escultor de nombre conocido que llegó a la Nueva España.

A su paso por la capital del virreinato dejó las esculturas mencionadas y algunas otras, como la hermosísima del Cristo de Nexquipaya, Tlaxcala. Sin embargo, el estilo renacentista, las facciones y el color moreno lo demuestran que sea de él.

Seguramente no se hallaba en Michoacán en 1538 cuando se hizo la Virgen de la Salud; pero tampoco creo que la presencia de De la Cerda en Pátzcuaro sea ajena al plan gigantesco de Don Vasco.

Santuario del Señor de Chalma en el Estado de México

Mariano Torres, otro historiador del arte, que confunde a los dos Cerdas, pone a Luis, el hijo “como viviendo en la ciudad de Pátzcuaro por los años de quinientos treinta y tantos, según parece”. Aunque la cita es problemática, es innegable que él fue el primero que enseñó el arte de la escultura a los tarascos y su aplicación a la estatuaria religiosa.

Casó con una india, tal vez tarasca, y de ella tuvo por lo menos un hijo que va a continuar su oficio: Luis de la Cerda.

Capilla del Señor de las Angustias en Rincón de Romos, Aguascalientes.

Su obra tuvo que haber sido muy abundante, aunque en la mayoría de los casos es difícil separarla de la de su hijo, pues los cronistas con frecuencia los confunden. Pero es lógico aplicarle las obras más tempranas, y en las que el sentido europeo sea más patente, tanto en los rasgos físicos como en las proporciones, elementos, que suponen un aprendizaje académico metódico, bajo buenos maestros y frente a un buen número de ejemplares, y respirando un aire de tradición cultural que no se puede suponer en el hijo en el ambiente patzcuareño.

Difícil es precisar la fecha de su muerte, don Manuel Toussaint, al hablar de los escultores renacentistas en la Nueva España nota que “dos escultores aparecen en la Nueva Galicia por los años de 1619 a 1625, uno llamado Gándara, que intervino en la restauración de la escultura de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, y otro, Matías de la Cerda, fue padre de Luis de la Cerda”.

El Señor de las Angustias en Rincón de Romos, Aguascalientes.

Si se conocen pocos datos de la vida del mejor heredero de la técnica de imágenes de caña, Luis de la Cerda, en cambio, se poseen más datos sobre su biografía espiritual. El arte de este mestizo, aprendido en el taller de su padre, en Pátzcuaro, es producto de una intensa vida de perfección cristiana. Ornelas nos lo pinta juntando “la perfección del arte con el arte de la perfección”, lo tiene por un excelente artista y modelo de cristiano “que comulgaba y confesaba a menudo, y siempre que comenzaba alguna hechura de un Santo Cristo”. De esta íntima unión con el crucificado obtenía su inspiración y las múltiples configuraciones de sus esculturas eran frutos de sus meditaciones contemplativas. Por eso podemos creer –concluye el cronista- que el Señor concurría a sus obras por su buen obrar”, y sus imágenes son tan tenidas por el pueblo como taumaturgas; pero si no se quiere creer en milagros, téngase por sabido que fueron ellas las que obraron el prodigio de la extensión y unidad de una fe entre pueblos a cual más diferentes en raza y cultura, unidad que aun existe hasta hoy, a pesar de las distancias.

Templo de Guadalupe, en Guadalupe, Zacatecas.

El autor de La Loza Americana lo juzgó un primoroso escultor (que hacía primores) que copiando en sí primero, con su ajustada vida, la imagen de Cristo crucificado, especialmente en la pureza, pues lo enterraron con las insignias de haber triunfado del más inmundo de los vicios… las sacó tan vivas, que hasta en hacer bien a los hombres, con sus milagros, salieron parecidas…”

Probablemente su único maestro fue su padre, cuyo obrador continuó en Pátzcuaro.

De la abundante producción de este modelador da cuanta el mismo Ornelas; al relatar el viaje de fray Francisco de Guadalajara a comprar el Cristo de Amacueca, dice que “llegó a Pátzcuaro, supo la gracia de Cerda, fue a visitarlo, y entre muchas hechuras que tenía, tenía la admirable de este Santo Cristo. Su fama llegó hasta Europa y “fue muy nombrado por las muchas hechuras que de su mano se han llevado a los reinos de España y en estas partes hay muchos.”

El Señor de Zoacoalco, en Zacoalco, Jalisco.

Son de él, ciertamente, los Cristos de Zacoalco, Amacueca, Magdalena, Mezquititlán (San Juan de los Lagos) y otros muchos en los que los rasgos corporales y las proporciones, sobre todo la abundancia de la sangre y el excesivo realismo de las heridas acusan ya el alma mestiza. Nace así, a la historia del arte, el Cristo mexicano, distinto del imaginado por el europeo, con el dolor reflejado en el rostro, el color moreno, la sangre manchando todo el cuerpo en abundancia tal, que solo así se podía enternecer a los indios acostumbrados a verla derramada a chorros en las guerras, y untadas a los cuerpos de los ídolos.

Cúpula en la capilla del Señor de las Angustias en Rincón de Romos, Aguascalientes.

Tales extremos en el realismo dotan a éstas imágenes de un carácter impresionante tan fuerte, que a veces impone y sobrecoge, como miedo y pavor producían terrible de los ídolos. Y llegó a tanto este impresionismo que es el mexicano el creador de una serie de representaciones en la figura escultórica de Cristo paciente, como el Señor de la Columna, desollado, el que representa a Cristo sentado como Rey de burlas; o el Cristo expuesto a la mofa del pueblo deicida, etc. Todas ellas notables contribuciones mexicanas a la escultura universal.

Ignoramos el lugar y la fecha de la muerte de Luis de la Cerda, que podemos suponer en el primer tercio del siglo XVII. El juicio de la posteridad le es en todo favorable: “la perfección de sus hechuras fue reflejo de su perfección que podemos creer que Dios Nuestro Señor concurrió a sus obras por su buen obrar.”

El Señor de Amacueca, en Amacueca, Jalisco.

Fuente:

Estrada Jasso, Andrés. Imágenes en caña de maíz: estudio, catálogo y bibliografía. UASLP. San Luis Potosí, 1996.

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