lunes, 6 de abril de 2009

La leyenda de un Cristo de Jilotepec venerado en Salamanca, Guanajuato

Altar mayor del templo de la Asunción en Atlixco, Puebla.

Existe una hermosa y singular leyenda religiosa sobre un Cristo de Jilotepec, que la tradición ha recogido en forma escrita y oral, a la que aparte de su sentido místico, tiene aspectos históricos importantes. La leyenda -ubicada entre los años 1545 a 1560- se encuentra relacionada con un guerrero indómito, descendiente de una familia azteca, de nombre Acualmetzli, quien habiendo estudiado en el famoso colegio para indios nobles de Santa Cruz Tlatelolco, se convirtió más tarde en jefe de un grupo de otomíes rebeldes aliados de los chichimecas.

Acualmetzli, cuyo nombre significa "mala luna", fue bautizado con el nombre de Ignacio Alarcón y conocido por sus compañeros con el sobrenombre de Roquetilla. En dicho colegio existía un Cristo, del cual era ferviente devoto Acualmetzli, no solo por haber sido traído de Castilla, sino por sus virtudes milagrosas, siendo llamado el Cristo de los Agonizantes.

Acualmetzli huyó del colegio para ponerse al frente de los otomíes rebeldes, llevándose consigo a esa imagen. El Cristo de los Agonizantes sirvió a Roquetilla como emblema para iniciar los combates, ante el cual los aborígenes se arrodillaban para implorar la victoria. Este Cristo acompañó a los rebeldes en muchas de las luchas en contra de los españoles, causándoles varias derrotas. En una de esas batallas muere Acualmetzli y los indígenas derrotados van a establecerse en Jilotepec, llevándose al Cristo de Acualmetzli. Allí, por varios años, fue expuesto a la pública veneración en la casa de Pedro Coyohuatl, pasando mas tarde a poder de Juan Cardona, descendiente de aquél.

Desde entonces el Cristo de los Agonizantes fue venerado en Jilotepec y estuvo en la casa de Juan Cardona durante mucho tiempo, pero un buen día -cuenta la leyenda-, Cardona, en sus sueños, tuvo varias revelaciones en las que el Cristo de los Agonizantes le manifestaba su deseo de no seguir en Jilotepec y buscara lo más pronto posible otro para recibir un culto perpetuo. Obedeciendo la voluntad del Cristo, Cardona, con sus parientes y amigos, abandonó en forma secreta Jilotepec, llevándose a la santa imagen en busca del lugar elegido.

Azarosa y llena de peligros iba a resultar la peregrinación que emprendió Cardona, pues varios vecinos de Jilotepec, dándose cuenta de la desaparición del Cristo, lo persiguieron para rescatar la santa imagen. Largo sería relatar todos los riesgos y penalidades que habrían de pasar Cardona y los suyos, seguidos siempre por los de Jilotepec. Una noche, lograron alcanzarlos, por lo que escondieron al Cristo en un lugar del camino, buscando otro lugar para esconderse. Al amanecer, los fugitivos fueron en busca del Santo Cristo, quedando sorprendidos por el cambio de color de la escultura, tornándose "negro como el azabache", sucedió que tomaron como un signo milagroso pues "Dios nuestro Señor, para evitar que el Cristo cayera en manos de los de Jilotepec, transformó su color para confundirse con la obscuridad".

Salvado de este suceso, el Cristo de los Agonizantes siguió por muchos lugares que hoy corresponden a Querétaro, Apaseo y Celaya, llegando a Xidóo (la actual Salamanca), en donde fue colocado en el altar mayor de una capilla, utilizada en su mayor parte para curar a los enfermos, llamada por ese motivo Capilla del Hospital, y que fue fundada por el primer obispo de Michoacán, don Vasco de Quiroga.

La leyenda termina relatando que un martes santo las campanas del templo tocaron solas, doblando a muerto y observaron que la cruz estaba clavada como una vara en tierra y que el Santo Cristo, ahora llamado del Hospital, que antes tenía la cabeza en agonía, ahora la tenía caída, asi como el hombro derecho, significando que el Santo Cristo había expirado. La explicación de este magno suceso sirvió para entender que las campanas tocaban solos porque el Divino Señor quiso venir a morir a este lugar. Tal es la leyenda del Señor del Hospital, el Cristo Negro que hoy se venera en Salamanca, Guanajuato.

El anterior relato lo he tomado de una monografía que hace de Jilotepec, el cronista Municipal de dicha ciudad, Antonio Huitrón H., en un libro que encontré en la Biblioteca Municipal de Jilotepec, Estado de México, sin pasta, en donde faltan también los datos de su publicación, aparentemente a principio de la década de 1970.

2 comentarios:

  1. esta muy bien esto que pusieron del cristo de jilotepec me encanto mucho

    ResponderEliminar
  2. desde el primer momento en que lo conoci,me llamo hacia El,y desde ese momento,mi vida a cambiado,confio plenamente en El,he caminado 25 kms para ir a visitarlo y agradecerle los bienes recibidos,para mi familia,mi padre esta enfermo,y El me llamo para hacer ese milagro que he confiado en El,lo amo con toda mi alma,mi Fe esta puesta en El.

    ResponderEliminar